General:
En este día, la república que usted gobierna cumple ciento diecisiete años. De ellos, treinta y uno los ha pasado bajo su mando; y esto quiere decir que durante más de un cuarto de su vida republicana el pueblo de Santo Domingo ha vivido sometido al régimen que usted creó y que usted ha mantenido con espantoso tesón.
Tal vez usted no haya pensado que ese régimen haya podido durar gracias, entre otras cosas, a que la República Dominicana es parte de la América Latina; y debido a su paciencia evangélica para sufrir atropellos, la América Latina ha permanecido durante la mayor parte de este siglo fuera del foco de interés de la política mundial. Nuestros países no eran peligrosos; y por tanto no había por qué preocuparse de ellos. En esa atmósfera de laissez faire, usted podía permanecer en el poder por tiempo indefinido; podía aspirar a estar gobernando todavía en Santo Domingo al cumplirse el sesquicentenario de la república, si los dioses le daban vida para tanto.
Pero la atmósfera política del Hemisferio sufrió un cambio brusco a partir del 1º de enero de 1959. Sea cual sea la opinión que se tenga de Fidel Castro, la historia tendrá que reconocerle que ha desempeñado un papel de primera magnitud en ese cambio de atmósfera continental, pues a él le correspondió la función de transformar a pueblos pacientes en pueblos peligrosos. Ya no somos tierras sin importancia, que pueden ser mantenidas fuera del foco de interés mundial. Ahora hay que pensar en nosotros y elaborar toda una teoría política y social que pueda satisfacer el hambre de libertad, de justicia y de pan del hombre americano.
Esa nueva teoría es un aliado moral de los dominicanos que luchan contra el régimen que usted ha fundado; y aunque llevado por su instinto realista y tal vez ofuscado por la desviación profesional de hombre de poder, usted puede negarse a reconocer el valor político de tal aliado, es imposible que no se dé cuenta de la tremenda fuerza que significa la unión de ese factor con la voluntad democrática del pueblo dominicano y con los errores que usted ha cometido y viene cometiendo en sus relaciones con el mundo americano.
La fuerza resultante de la suma de los tres factores mencionados va a actuar precisamente cuando comienza la crisis para usted; sus adversarios se levantan de una postración de treinta y un años en el momento en que usted queda abandonado a su suerte en medio de una atmósfera política y social que no ofrece ya alimento a sus pulmones. En este instante histórico, su caso puede ser comparado al del ágil, fuerte, agresivo y voraz tiburón, conformado por miles de años para ser el terror de los mares, al que el inesperado cataclismo le ha cambiado el agua de mar por ácido sulfúrico; ese tiburón no puede seguir viviendo.
No piense que al referirme al tiburón lo he hecho con ánimo de establecer comparaciones peyorativas para usted. Lo he mencionado porque es un ejemplo de ser vivo nacido para atacar y vencer, como estoy seguro que piensa de sí mismo. Y ya ve que ese arrogante vencedor de los abismos marítimos puede ser inutilizado y destruido por un cambio en su ambiente natural, imagen fiel del caso en que usted se encuentra ahora.
Pero sucede que el destino de sus últimos días como dictador de la República Dominicana puede reflejarse con sangre o sin ella en el pueblo de Santo Domingo. Si usted admite que la atmósfera política de la América Latina ha cambiado, que en el nuevo ambiente no hay aire para usted, y emigra a aguas más seguras para su naturaleza individual, nuestro país puede recibir el 27 de febrero de 1962 en paz y con optimismo; si usted no lo admite y se empeña en seguir tiranizándolo, el próximo aniversario de la república será caótico y sangriento; y de ser así, el caos y la sangre llegarán más allá del umbral de su propia casa, y escribo casa con el sentido usado en los textos bíblicos.
Es todo cuanto quería decirle, hoy, aniversario de la fundación de la República Dominicana.
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