Santo Domingo, Jueves 09/05/2019 - Corrían las 9:47 minutos
de la mañana, del martes 2 de mayo del año que discurre, cuando tomé una motocicleta para
iniciar un recorrido por los principales museos y edificaciones que se
erigieron en la Isla de Santo Domingo a finales del siglo XV y principios del
XVI. El día estaba totalmente nublado, con
una temperatura a 24°, la Máxima, y 20°, la Mínima, según informes ofrecidos
por la Oficina Nacional de Meteorología.
Mientras las nubes se tornaban oscuras como la noche y
unas lluvias débiles caían sobre la ciudad de Santo Domingo, acompañado de mi
camarógrafo, Amaury Viola Durán, llegué a la Zona Colonial pasadas las 10:20
minutos de la mañana, en lo que parecía un día bastante largo y de sobrado
trabajo, pues tenía que visitar al menos veinte museos y edificaciones que
caracterizan la historia de lo que hoy se llama República Dominicana.
Nuestro recorrido inició en la calle Las Damas, “primera
trazada en esta ciudad de Santo Domingo, Primada de América, por el año de
1502. Fue llamada así, según la tradición, por haber residido en ella las damas
del cortejo de la virreina doña María de Toledo, y donde se labraron las
primeras casas de piedra para personajes principales y conquistadores. Además,
se le ha conocido como Calle de la Fortaleza, de la Fuerza, de la Capitanía, de
los Jesuitas, del Reloj, del Arsenal y de Colón”.
Allí visitamos la Plaza María de Toledo, construida
sobre las ruinas de dos casas del Siglo XVI, en honor a la primera virreina
consorte de las Indias María de Toledo (1490-1549), casada con Diego Colón, el
hijo primogénito de Cristóbal Colón, nieta del I Duque de Alba y sobrina del II
Duque de Alba. La historia cuenta que fue la dama de más alta belleza en llegar
a la Primera Ciudad del Nuevo Mundo.
Ubicada entre las calles Las Damas e Isabel la
Católica, el museo María de Toledo cautiva a los visitantes por ser un lugar
sumamente acogedor, en razón de que en el centro se observa una fuente de agua
que parece provenir de la divina naturaleza, al frente posee dos arcos en ladrillos pintados de blanco, así como bancos y piso también de
ladrillos, lo que hace del lugar un espacio idóneo para el entretenimiento.
Al lado de la relatada Plaza María de Toledo, calle
Las Damas, casi esquina Calle Las Mercedes, se encuentra el Panteón Nacional,
donde descansan los restos físicos de los más grandes héroes de la historia
dominicana, entre los que destacan el general Gregorio Luperón, Eugenio María
de Hostos, José Núñez de Cáceres, José Reyes, Emilio Prud Homme, Socorro del
Rosario Sánchez, Juan Sánchez Ramírez, José Joaquín Puello, Gabino Puello,
Santiago Rodríguez, Juan Isidro Pérez, general Antonio Duvergé, María Trinidad
Sánchez, Gaspar Polanco, José María Cabral, Benito Monción, Gaspar F. Deligne,
Concepción Bona, Américo Lugo y Pedro Santana, la inclusión de éste último, en
su momento, fue objeto de fervientes críticas y cuestionamientos por haber sido
protagonista de la anexión a España en 1861.
¡Aquello es algo espectacular! Un edificio de piedra caliza gris, levantado
con tres naves y un estilo neoclásico renacentista; en su infraestructura se
observa un impresionante interior en estilo barroco que destaca por un mural
donde se encuentra simbolizada la Acensión a los Cielos y El Juicio Final.
Además, posee un enorme candelario colgado en la nave central del mausoleo, con
una flama que arde las 24 horas del día.
A la entrada del Panteón Nacional no pude evitar la
satisfacción que me produjo ver a un nutrido grupo de ciudadanos de distintas
nacionalidades recorriendo y grabando las instalaciones del espacio donde se
honran a los ciudadanos más distinguidos de la República Dominicana.
Y, por supuesto, no podía pasar por alto la
oportunidad que tenía de fotografiarme posando al lado de los panteones que
albergan los restos de los hombres y mujeres que dieron sus vidas para defender
el honor de nuestra amada patria. Este monumento es cuidado celosamente por un
guardia de honor y vestido de gala perteneciente al batallón de la guardia
presidencial.
“Templo de San Ignacio de Loyola, Iglesia de la
Compañía de Jesús (Jesuitas). Se terminó su construcción hacia 1745, como
templo y aula magna de la Real y Pontificia Universidad de Santiago de la Paz
(1745-1767). De 1792 a 1798 fue la capilla del Seminario Real y Conciliar de
San Fernando, y mediante Ley No. 4463 del 2 de junio de 1956 fue consagrado
como “Panteón de la Patria” para acoger en un ambiente religioso, de amor y veneración, los restos de la figura
que han merecido el reconocimiento eterno de la República”, reza textualmente
una placa colgada por el Ministerio de Cultura en la pared izquierda que da
entrada al mencionado museo.
Cuando el reloj
marcaba exactamente las 11:25 AM, llegamos al museo de Las Casas Reales, tribunal
del Nuevo Mundo, construido por órdenes de la Corona Española, bajo el reinado
de Fernando II de Aragón, el 5 de octubre de 1511, y cuya finalidad era alojar
a las principales oficinas gubernamentales de la época.
Aquella
obra es asombrosa, cuya arquitectura adorna dos edificios de segunda planta que
se comunican entre sí, por lo que inmediatamente decidí escudriñar todos los
objetos y materiales que hay en su interior. Para mi sorpresa, una señora de
pelo canoso, nariz perfilada, de unos 5 pies de estatura, piel blanca, cuerpo
delgado y de 60 años de edad aproximadamente, me detiene con el pretexto de que
debía pagar un tike de RD$100 para acceder a las instalaciones de la obra;
andaba corto de dinero, pero finalmente convenimos en RD$20 por mi condición de
estudiante.
De
inmediato procedo a tomarme fotos con la escultura que simboliza la Reina
Isabel, ubicada en la parte izquierda de la puerta que da entrada a esta
prestigiosa obra. A seguida, inicio un minucioso recorrido hacia el interior de
los niveles 1 y 2 de los edificios que componen el Museo reconocido como el más
completo del Continente Americano, debido a que presenta la historia de la
Isla, desde el comienzo de la época colonial, en 1492, hasta el año de 1821.
Caminando
por la parte derecha alcanzo a ver un retrato que muestra a dos soldados
españoles, bien vestidos y cubiertos de armaduras, sometiendo a la obediencia a un grupo de
indígenas que sin ningún tipo de ropas padecían los latigazos de sus verdugos.
También, se observan los instrumentos de navegación que utilizaban los
europeos, métodos de comercio e instrumentos de cocina de la época. Especial
atención me mereció ver el molino de caña de azúcar, las tinajas, pilones y
carderos que se construían en barro para los ajuares de la casa, lo que
demuestra el alto grado de inteligencia y creatividad que tenían los habitantes
en una época carente de todo. Lo
descrito previamente da la impresión de que este Museo fue
creado para coleccionar y resaltar la historia, vida y costumbres de los
habitantes de La Española durante la época colonial.
Sin
embargo, del edificio número 2 del museo se destaca la presencia de una especie
de farmacia que contenía el palacio, además de un listado de las plantas y
productos medicamentosos de la España I, II y III; pero lo que más me
impresionó de esta parte fue tener frente a mis ojos color canelos, los
carruajes que utilizaba el reinado.
Más
adelante, pasamos al segundo piso del Museo y lo visto allí dejaba la sensación
de un Dios que gobierna en el Cielo y el Rey en la Tierra. A mano derecha del
pasillo se encuentra un impactante Salón de Gobernadores, ámbito en que
tuvieron lugar las recepciones de los Gobernadores y Capitanes Generales.
Presenta en su artesanado de vigas de caobas doradas los blasones otorgados por
Real Privilegio de Concepción de 1508, a las villas de esta isla como los
escudos heráldicos de La Española y de la ciudad de Santo Domingo. La
decoración recoge el ambiente santuario del siglo XVIII y principios del XIX:
un importante dosel de damasco azul flordelisado en oro, con escudo heráldico
de Fernando VII, sillón lacado y dorado, tapizado en espolín, y una alfombra de
lana tejida a mano, estilo neoclásico, centran la estancia. Colgados de las
paredes, reproducciones de retratos de los Reyes que gobernaron estos dominios,
entre otros adornos.
Al lado
se observa con devoción la Sala de Estrados de la Real Audiencia
de Santo Domingo, espacio donde públicamente se administraba justicia. Según
los historiadores, a los juicios, además de los oidores, asistían el fiscal, el
defensor y los escribanos que copiaban los autos. La Real Audiencia entendía en
toda suerte de causas civiles y criminales. También tenía jurisdicción en los
casos de contrabando interior y falsificación de la moneda, intervenía además
en las causas contra los caciques indios. En esta Sala de Estrados, gozaban de
asientos privilegiados entre el público, los vecinos de Santo Domingo
considerados nobles, por ser descendientes de los primeros pobladores o por ser
“señores de ingenios de azúcar”.
Al fondo
del pasillo se ubica la Capitanía General, el cual eran
determinadas demarcaciones geográficas con carácter y funciones especialmente
militares, siendo los capitanes generales los jefes de tales demarcaciones.
Entre otras funciones, correspondía al Capitán General acometer acciones
bélicas, asesorado por la llamada Junta de Guerra de su demarcación; el
reclutamiento de tropas; la fortificación y defensa del territorio, así como el
avituallamiento de armas, municiones y víveres.
Por
último, en la parte izquierda del pasillo se encuentra la Sala de Armas, donde
se registran los diversos tipos de armas de fuego y espadas que utilizaban los
europeos para las guerras y protección del reino.
Eran las
12:17 minutos del mediodía, hora de almuerzo, las palomas volaban y personas de
distintas partes del mundo recorrían las calles de la Zona Colonial, unos
visitando los grandes atractivos turísticos que tiene la República Dominicana y
otros entre la multitud buscaban un pedazo de pan; un señor de pelo canoso,
nariz perfilada, de unos 5/6 de estatura, delgado y de 70 años aproximadamente,
acompañado de dos personas más, a ritmo de acordeón, güira y tambora cantaba la
canción “Los Algodones”, mientras su sombrero de alas cortas tendido en el piso
esperaba una contribución económica de los espectadores. Mientras todo esto
pasaba degustaba un delicioso helado para continuar visitando los museos de la
Zona Colonial.
El
tiempo continuaba su agitado curso y llegué al Museo Alcázar de Colón pasada las
12:55 PM, un enorme palacio construido en rocas coralinas
entre 1511 y 1514, siguiendo las influencias del existente en Mancera de Abajo, en Salamanca, España, del que aún se conservan ruinas. De
estilo gótico mudéjar mayormente, el Alcázar tiene
también algunas características renacentistas, notable en sus arcadas, así como del estilo isabelino observables en las borlas que lo adornan. Originalmente la residencia tenía 55 habitaciones, de las
cuales se conservan sólo 22.
Mientras
recorríamos sus instalaciones internas, un señor que fungía de guía nos dice
que por el “Palacio Virreinal de Don Diego Colón”, como también se le conoce a
este Museo, pasaron grandes conquistadores españoles
como Hernán Cortés y Pedro de Alvarado. Es altamente espectacular, un
edificio de dos niveles rectangulares unidos por un corredor central y dos
galerías, digno de la nobleza y grandes autoridades de la isla en los tiempos
coloniales. Las estatuas y los cuadros colgados en las paredes que se observan,
recrea fielmente cómo vivía la familia Colón en la época colonial, pues cuenta
con una colección de obras de arte de finales de la Edad Media y el
Renacimiento.
Cuenta la leyenda
que ésta mansión ocupó un lugar muy importante en la historia, en razón de que
aquí se planificaron muchas de las expediciones de conquista y exploración en
el Nuevo Mundo. Es en el año 1870 cuando fue declarado Monumento Nacional, pero
no fue hasta 1955 cuando iniciaron los trabajos de restauración dirigido por el
arquitecto español Javier Barroso. Fue ambientada con muebles, obras de arte y
otros accesorios traídos de palacios españoles de la misma época.
El Museo, que está
ubicado en la Plaza España, en el extremo norte de la calle Las Damas, Ciudad
Colonial de Santo Domingo, sus aspectos más distintivos son cinco arcadas en
dos niveles, en sus fachadas este-oeste.
De aquí partimos
hacia la intersección que comprende las calles
Arzobispo Meriño e Isabela La Católica, frente al Parque Colón. Allí está
ubicada la Catedral Primada de América, cuyo nombre oficial es Basílica
catedral Santa María de la Encarnación. Su construcción comenzó en 1512, bajo
la dirección del obispo fray García Padilla, mientras que la base de planos se
inició en el año 1514 por voluntad del papa Julio II, bajo la dirección del arquitecto Alonso de Rodríguez, pero es el también arquitecto Alonso González,
quien inspirándose en la Catedral de Sevilla, concluyó
parcialmente la iglesia en 1540.
Esta
magna obra, que a petición del rey Carlos I de España, en 1546 fue
elevada al rango de Catedral
Metropolitana y Primada de América por el papa Paulo III, exhibe en
su exterior un estilo gótico con adornos renacentistas fechados entre 1514 y
1546. Posee tres puertas, siendo la principal la puerta norte, gótica como el
resto de la fachada, que comunica con el parque Colón. La puerta sur o
de Geraldini, también gótica, es conocida como la puerta del Perdón porque,
antiguamente, cuando los perseguidos políticos la cruzaban eran automáticamente
perdonados. La puerta Mayor es de estilo plateresco y da a un pequeño atrio que
durante la época haitiana funcionó como mercado. En la parte superior de la
fachada se observa el escudo de Carlos V.
Es un
templo altamente fascinante, por lo que, junto a un público mayoritariamente
extranjero, estaba impresionado al ver en su interior grandes obras de arte
colocadas por todo el lugar, como la tabla de la Virgen de
Altagracia, datada en 1523; así como lápidas con las exequias de
distintos arzobispos y otros elementos ornamentales de la época colonial. El
altar mayor está presidido por un retablo barroco.
Más adelante, visitamos
otros importantes museos de la Ciudad, entre los que destacan la Fortaleza
Ozama, Casa de Bastidas, Parque Independencia, Capilla de la Tercera Orden
Franciscana y Casa de los Jesuitas.
Las horas corrían,
3.05 minutos de la tarde, llegamos al Museo Casa de Duarte, que fue la
residencia del pensador y político, por lo que hoy constituye un testimonio visual donde se puede apreciar la
obra, visión y entrega del Padre de la Patria para la fundación de
la República Dominicana.
En nuestro
recorrido por este Museo observamos una diversidad de documentos y momentos
ilustrados, como las obras pictóricas, fotografías y documentos
correspondientes a hechos históricos encabezados por el patricio Juan Pablo
Duarte y su familia, entre los que destacan el nacimiento del patricio, el 26
de enero año 1813; el grito de la Independencia Nacional, el 27 de febrero
1844, hasta el día de su muerte, el 15 de julio 1876. Además, posee una
muestra relativa al momento del grito de independencia, en la Puerta de la
Misericordia, liderado por el prócer Ramón Matías Mella, acaecido el 27 de
febrero del año 1844.
Allí vimos también
una sala museográfica en la que se exhiben 13 dioramas didácticos y más de 60
cuadros alusivos al proceso independentista. En su espacio, denominado Plaza
Patriótica de la Libertad, alberga colecciones de armas de fuego y
de acero, utilizadas en la lucha por la Independencia Nacional; colección
histórica y pictórica de la trayectoria revolucionaria del Patricio Juan Pablo
Duarte. Cuenta con un auditorio con capacidad para 200 personas, donde se
realizan conferencias dirigidas a estudiantes y turistas.
Otros de los
aspectos que nos impresionaron es la exhibición en orden cronológico de una
ambientación histórica de la ocupación haitiana en el año 1822, la rendición de
cuentas presentada por Juan Pablo Duarte en el 1844, la ceremonia del bautismo
del patricio en el año 1813, y sobre su muerte en el 1876 en Venezuela; pero
también los momentos del destierro de Duarte y de la reunión de oposición al
Protectorado Francés, en el año 1844, de su regreso triunfal en el 1844; la
presentación del primer gobierno restaurador de Santiago, en el año 1864, viaje
de estudios en el año 1829, y de Francisco Del Rosario Sánchez, durante el
grito de independencia en la Puerta del Conde, en el año 1844.
Bajo
las amenazas de unas fuertes lluvias que parecían caer sobre la ciudad de Santo
Domingo, nos ubicamos dentro del Parque Independencia, frente a la Puerta del
Conde, donde se proclamó la Independencia Nacional, el 27 de Febrero de 1844, calle
Palo Hincado, Arzobispo Nouel, Las Mercedes y Cestero; allí se encuentra el
Altar de la Patria, un sobrio mausoleo donde reposan los restos de los tres
padres de la patria: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón
Matías Mella.
Se
trata de un monumento construido en mármol blanco, el cual tiene en su interior
tres grandiosas estatuas de Duarte, Sánchez y Mella, que representan la
Santísima Trinidad y La Trinitaria, conocido como el movimiento más importante
del activismo revolucionario, que poseía los ideales de independencia
dentro de la clase media e intelectual.
A nuestra llegada,
precisamente en el pasillo que da entrada al Altar de la Patria, gran
satisfacción nos produjo andar entre una amplia gama de héroes que registra la
historia como los protagonistas del proceso independentista que hoy nos coloca
como una República libre, soberana e independiente de toda potencia extranjera.
Nuestro recorrido
culminó pasadas las 4:37 minutos de la tarde, con la grata sensación de haber
conocido buena parte de los atractivos culturales que caracteriza la historia
de la República Dominicana, y con un amplio deseo de planificar una segunda
visita para escudriñar los museos que nos faltaron recorrer por razones de
tiempo y dinero. De esta visita nos quedó también el honor patriótico de ver a
un nutrido grupo de turistas extranjeros maravillados por las edificaciones
renacentistas que poseemos los dominicanos, pero a la vez, nos dio nostalgia observar
la pobre cantidad de nacionales que visitan estos prestigiosos lugares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario